martes, 26 de mayo de 2009

Del soñar y del ser soñados

Del soñar y del ser soñados

La literatura y el sueño


“No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.”

Federico García Lorca- Ciudad sin sueño


La literatura a veces se presenta como un acto de supervivencia, el escribir refleja lo que somos, escribimos para exorcizar viejos recuerdos, para alimentar las cenizas del pasado, para recrear futuros inciertos. El acto de crear situaciones (en poesía, cuento o novela) nos permite ser en otros planos, nos permite ampliar las dimensiones de la vida que de cuando en cuando se presenta rígida, estructurada, determinada.


La palabra es esa facultad inherente al hombre que permite crear, erigir, evocar, persuadir. A través de la palabra creamos universos posibles: es el lenguaje y la palabra lo que nos permite escapar del aislamiento, lo que nos permite entablar canales de entendimiento con los otros, la palabra nos sumerge en sueños diversos, sin esta no podríamos expresar lo más recóndito de nuestro ser, describir o al menos intentar escribir acerca de lo que vemos, de lo que nos rodea, de lo que nos configura como seres dentro de una sociedad determinada.


La literatura, la palabra, el lenguaje y sus formas están íntimamente relacionados con la imaginación. Es esta la herramienta que permite ampliar el panorama de lo que se sueña, es decir, gracias a la imaginación ampliamos el espectro de lo que soñamos, la imaginación permite crear, y es precisamente, a partir de esa creación donde el ser puede existir, puede permitirse erigir, a partir de esas herramientas de la imaginación, otros mundos diferentes, donde todo puede ser, donde no hay reglas, no hay rigidez, no hay situaciones estructuradas, todo simplemente se da bajo la libertad que permite el lenguaje.

Octavio Paz, en cuanto al lenguaje dirá:


“Nadie puede substraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras. Ni siquiera aquellos que de desconfían de ellas. La reserva ante el lenguaje es una actitud intelectual. Sólo en ciertos momentos medimos y pesamos las palabras; pasado ese instante, les devolvemos su crédito. La confianza ante el lenguaje es la actitud espontánea y original del hombre; las cosas son su nombre. La fe en el poder de las palabras es una reminiscencia de nuestras creencias más antiguas: la naturaleza está animada; cada objeto posee una vida propia; las palabras, que son los dobles mundo objetivo, también están animadas. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, inspiración y espiración. Unas palabras se atraen, otras se repelen y todas se corresponden. El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas”

La vida se abre ante los ojos de los espectadores como una novela interminable, como un poema sin fin, como el cuento inacabado. Somos nosotros los que a través de la creación del lenguaje y la imaginación convertimos la literatura en parte vital de nuestra cotidianidad, somos nosotros los que nos encargamos de llevar las palabras hasta el punto mágico donde confluyen los sentidos y se alcanza la plenitud literaria.


A través de la literatura conocemos otros mundos, el autor expone su visión acerca de lo que lo rodea y lo comparte con el lector, la visión de mundo se reduce a participar en las historias que se cuentan, a fragmentar trozos de realidad, a ser ficción dentro del paradigma de la estructura determinada. Todos podemos ser partícipes de la literatura si permitimos ver más allá de lo establecido, si vemos lo invisible, si nos percatamos de lo inexistente, el gran escritor es el que a través del lenguaje logra despertar los sentidos más íntimos del lector, el que logra provocar, suscitar, despertar emociones insospechadas, el lector, finalmente hace parte de la historia que escribe, así lo prefiere, y de esa manera puede lograr un acercamiento mucho más enriquecedor con el que lo lee.


El escribir hace parte del sueño lúcido, alude al estado de euforia, al acercamiento a la palabra. Al convertirnos en autores, en creadores de palabras construimos conjuros, elaboramos situaciones, historias, sentidos que alimentan la experiencia creadora del quehacer literario, el escribir hace parte del sueño y los autores siempre permanecen en un estado indefinido, soñando con lo intangible, con lo abstracto, con lo que les permite expandir su imaginación, romper con paradigmas, crear nuevas maneras de ver y percibir lo que los rodea, hay que entender la vida desde otra perspectiva para empezar a vivirla realmente, a sentirla.


Para el escritor, las letras representan un estado de sueño, la literatura, desde mi perspectiva, se encuentra íntimamente relacionada con lo onírico, con la experiencia del sueño, del ver o sentir que hacemos parte del sueño de otros, que estamos constituidos por lo que soñamos, por las palabras que hacen parte de ese estado de euforia que desencadena el acto literario. El mundo se encuentra en constante creación, este se erige a partir de la palabra, somos seres que sueñan dentro de un mundo rígido, las palabras se bifurcan y abren nuevas maneras de percibir el universo, la literatura nos permite ser, nos permite soñar, nos permite lograr que los otros sueñen a través de nuestra palabra escrita.


La curiosidad, la duda, la imaginación, la constante creación, la experiencia onírica, el estado de euforia, todas estas palabras se encuentran íntimamente ligadas a la experiencia literaria. Las letras permiten plasmar lo que no es visible para los demás, las letras permiten desentrañar viejos recuerdos, abrir heridas, cerrar otras, la literatura permite el continuo soñar despiertos, la confrontación de almas, los recuerdos emocionales. Las palabras vivas permiten la expresión de nuestros miedos, angustias, incertidumbres y felicidades, la literatura es cómplice de todo lo anterior, sin esta el sueño no podría ser posible.


Es entonces, a través de la palabra cuando construimos los canales que permiten la creación de otros mundos. Mi mundo está hecho de palabras, escribo para sanar, escribo para comunicar mis miedos o angustias, la literatura es un rio de ideas inagotable que no sería posible sin el sueño. El escritor permanece en un estado de sueño constante, y gracias a este sus posibles lectores llegan, en algún momento a sentirse soñados por el autor que alguna vez leyeron, a ser parte de esas novelas interminables, de esos poemas inconclusos, de esos cuentos agotados.

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